El tesoro de Jerusalén

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Año 70 d. C.
El ejército romano está a punto de invadir Jerusalén.  El sanedrín decide encargar a Jorel y Samuel Ben Nasí que oculten el tesoro de Jerusalén, del que depende el futuro de todo el pueblo judío.
Año 2007
Chris Palmer, profesor de arqueología, lleva media vida buscando el tesoro de Jerusalén que se menciona en el rollo de cobre, descubierto en las cuevas de Qumrán. Cuando consigue una pista fiable, el profesor desaparece.
Año 2023
Sarah Palmer, también arqueóloga, encuentra por accidente el cuaderno de trabajo de su padre, y decide ir a Israel para intentar encontrarlo. Lleva desaparecido 16 años.

1 Review for El tesoro de Jerusalén

  1. 5 out of 5

    ffab331ed8

    Interesante lección de historia del pueblo judío, acompañada con la búsqueda del tesoro por una guapa arqueóloga

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Prólogo

2006 – Fall River – Massachusetts – EE. UU. Casa del profesor Chris Palmer

Sólo una frase:

“Lo hemos encontrado”, seguida del siguiente texto en hebreo:

“En el pozo de Sha en el lado del norte, en un agujero que también se abre hacia el norte, y enterrado en su boca, se encuentra un arcón con una copia de este documento, con una explicación, ubicaciones, medidas exactas y un inventario de cada escondite y objeto.”

son suficientes para que sienta como se me encoge el estómago. Era una sensación que hace tiempo que tengo olvidada. Sólo me ha pasado dos veces en mi vida con esta intensidad y no quiero acordarme de la primera.

Estoy en esa habitación de mi casa, que pretende ser el despacho de un profesor, pero que en realidad parece una biblioteca de la que el caos se ha hecho dueño, con decenas de libros desperdigados por estantes, sillas, suelo o sobre cualquier posible apoyo en el que colocarse. No tengo ni idea de cuantas horas llevo sentado en el pequeño taburete blanco, pero mis rodillas y la parte baja de la espalda me informan cuando me intentó levantar, de que llevo demasiadas.

Mientras me incorporo despacio, compruebo por la ventana, que mi hija Sarah, sigue sentada con una amiga, en el pequeño cuadrado de césped que hay a la entrada de la casa y que mi mujer tan cuidado tiene. Yo soy incapaz de cualquier realizar cualquier labor manual y aunque lo he intentado en varias ocasiones, mi torpeza me exaspera y prefiero menospreciar en mi interior cualquier labor manual, aunque en realidad no es más que un mecanismo de defensa ante mi objetiva inutilidad.

Estoy orgulloso de haberme acordado del cumpleaños de Sarah, aunque no estaba seguro si eran 12 o 13 los que cumple. Le he regalado un móvil y está como loca. A Elizabeth, mi mujer no le va a hacer ninguna gracia.

He estado leyendo por enésima vez las conclusiones del estudio de mi buen amigo el profesor David Dahan sobre el rollo de cobre hallado en las cuevas del Qunrán, en Jerusalén, cuando me interrumpe el timbre de la casa. Ni se me pasa por la imaginación levantarme para abrir, convencido de que mi mujer lo hará. Pero cuando el timbre suena por segunda vez me acuerdo de que Elizabeth, ha ido a hacer la compra

—¡Ya voy! —digo convencido de que el que esté llamando sabrá así que hay alguien en casa.

Pero cuando llego a la entrada, lo único que veo es un sobre blanco en el suelo junto a la puerta. Miro a ambos lados y me imagino que quien fuera no ha querido esperar. Recojo el sobre del suelo y compruebo que lo único que viene escrito es mi nombre: Profesor Christopher Palmer.

En mi prisa por abrirlo, me hago un pequeño corte con el borde de la solapa del sobre. Ésos cortes tan absurdos que se hace uno con un papel y que durante un par de días te recuerdan que están ahí.

El sobre sólo contiene lo que parece una cuartilla doblada por la mitad. Al abrirla, lo primero que veo es el mensaje: “Lo hemos encontrado” seguido de un texto en hebreo que enseguida reconozco por haberlo leído y releído muchas veces.

La premonición al leer la primera frase de que aquel mensaje iba a desbloquear mi investigación de tantos años, hizo que me costara trabajo controlar el ligero temblor del papel, al leer el mensaje final.

“Estimado profesor Palmer, tenemos intereses comunes y están en Qumrán. Venga a esta ubicación lo antes posible: https://goo.gl/maps/toMyfMBVgnUBASYQ7

Guardé la hoja entre las páginas de mi cuaderno con tapas de cuero.

Leí hasta tres veces el pequeño texto impreso. Después me llevo las manos a la nuca, y miro por la ventana del salón. Sarah sigue con su amiga en el jardín. Pincho en el enlace de ubicación que he tecleado en el móvil y compruebo que se trata del punto donde se encuentra el monumento a Iwo Jima, en el parque del bicentenario, de Fall River. No está a más de 15 minutos de casa.

Miro el reloj mientras corro a la habitación para pillar la mochila y la cartera y salgo al porche, intentando acallar a la versión femenina de mi pepito grillo particular, que escucho con la voz de mi mujer decirme cabreada:

—¿Es que no te acuerdas de que tenemos una cita urgente en el banco para ver si nos refinancian las cuotas impagadas? ¿No puedes dejar esos absurdos sueños de arqueólogo busca tesoros, para otro momento?

Hice señas con la mano a Sarah para que se acercara:

—Sarah, tengo que salir. Quédate, por favor, hasta que venga mamá.

—Vale papá, sin problema. ¿Adónde vas?

Me incliné un poco y le di un beso.

—No sé dónde voy cariño, pero me pongo en camino en busca de un sueño. Si mamá llega antes que yo, dile que volveré cuando pueda.

Ella obedeció y se volvió con su amiga

Aquel día lo recordaría Sarah para siempre. Esa fue la última vez que vio a su padre.